Publicado originalmente en Rialta Magazine, 29 agosto, 2023


El escritor chileno Víctor Manuel Quezada Soto (Antofagasta, 1983) resultó ganador, con su cuaderno titulado “Pero la verdad es que yo despierto”, del Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz 2023, cuya segunda edición honró además la trayectoria literaria de un eminente compatriota suyo, Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950).
Así fue anunciado este martes 29 de agosto por los organizadores, El Arco y la Flecha Editores y la Asociación de Editores de México, en una sesión virtual que –conducida por Carmen Rojas Larrazábal, fundadora del mencionado sello– reunió al jurado compuesto por la profesora e investigadora literaria Elisa Munizza (España) y los poetas Raúl Zurita, Mario Bojórquez (México) y Juan Carlos Mestre (España).
Según el acta del premio, fechada el pasado 17 de agosto, el libro ganador –que coeditarán en México por El Arco y la Flecha Editores y Círculo de Poesía Ediciones– “se destaca en nuestro presente lírico con sus notables virtudes de estilo y coherencia, de inteligencia y precisión de un lenguaje actual, vivo, y que abre nuevos rumbos en la poesía iberoamericana”.
El poemario de Quezada Soto integró en principio un universo de 560 obras provenientes de 29 países, de las cuales un equipo de lectores eligió 124 que entonces “fueron valoradas por el jurado”. Solo cuatro de ellas fueron consideradas “unánimemente finalistas”, informó el comité evaluador; además de la galardonada, Sin lado izquierdo, Pájaro de fuego y El mero pensar.
Cada uno de los miembros del jurado justificó su voto personal a favor de “Pero la verdad es que yo despierto”: “un poemario”, de acuerdo con Munizza, “en el que percibimos frustración e impotencia, pero sin melancolía; es una obra que trasciende lo superficial, sumergiendo al lector en una profunda reflexión sobre la existencia humana”.
“Límpido y a la vez feroz y rotundo, y a la vez de infinitos matices, político y al mismo tiempo de una figura que toca lo magistral, heroico porque está al borde del silencio, de la mudez y de la derrota, el libro “Pero la verdad es que yo despierto”, de Víctor Manuel Quezada, se alza como una de las muestras más salvajemente dulces, duras y deslumbrantes que pueda exhibirnos la poesía hoy”, declaró por su parte Zurita.
Mestre valoró, en tanto, “la epifanía de una voz reconstructora de la conciencia poética implicada en el devenir de la historia crítica de lo contemporáneo, la condición de extranjería del ciudadano enfrentado a las tensiones éticas que modulan el habla poética de ese otro saber que es la poesía”.
Y sumó todavía al elogio inicial: “Memoria y dignidad de la tierra natal, emancipación de los discursos de sistema para dar amparo al habitante perpetuo de la fragilidad de los débiles y los descontentos; un viaje alrededor del epicentro del daño, las heridas políticas y las cicatrices que sobre el territorio natal dejan los ecocidios. Libro dialógico con la poesía de su época, una asamblea de voces que convoca al canto, a la celebración, y también a la denuncia; la voz solitaria de la misericordia descendiendo como un sollozo sobre las tierras baldías de la retórica. Verdad y pasión, una arriesgada y a la vez experimental expresión de las visiones de un muy notable poeta contemporáneo”.
Finalmente, Bojórquez afirmó que la propuesta del chileno “se distingue por su compromiso con un lenguaje dinámico que es reflejo de una sociedad vibrante y crítica; construye su discurso desde el dolor y desde la esperanza con una conciencia política y poética, representando así lo mejor de nuestra poesía actual en el continente de nuestra lengua”.
Quezada Soto fue uno de los fundadores, y el principal editor, del blog grupal de crítica literaria La calle Passy 061 (2006-2021). Ha publicado, entre otros, los cuadernos de poesía Muerte en Niza (2010), Yoko (2013) e Insistencia del día (2018), así como el volumen de ensayos Contra el origen (2016) y el relato Bulto (2016). En entornos digitales es autor del libro en línea Compost (2013) y del proyecto Diario abierto (desde 2016) y su “reversión”, Diario abierto B/Veta (desde agosto de 2022).
La ocasión del lauro —compartido el año pasado en su primera edición por el panameño Javier Alvarado (Santiago de Veraguas, 1982) y el cubano Leymen Pérez (Matanzas, 1976)–sirvió también para otorgar oficialmente el Premio Honorífico por su Trayectoria en la Poesía Sor Juana Inés de la Cruz a Raúl Zurita, de quien El Arco y la Flecha Editores publicará una antología próximamente.
Destacan en la obra del reconocido poeta chileno obras como Purgatorio (1979), Anteparaíso (1982), El Paraíso está vacío (1984), Canto a su amor desaparecido (1985), El amor de Chile (1987), La vida nueva (1994), Tu vida derrumbándose (2005), Los países muertos (2006), Las ciudades de agua (2007), Cuadernos de guerra (2009), Zurita (2011), Son importantes las estrellas (2018) o La vida nueva, versión final (2018), así como y la antología personal Tu vida rompiéndose (editada en 2016 por Lumen).
Asimismo, ha publicado las novelas El día más blanco (1999, reeditado en 2015 por Literatura Random House) y Sobre la noche el cielo y al final el mar (2021); los relatos de Nuevas ficciones (2013), y los ensayos de Literatura, lenguaje y sociedad (1983), Sobre el amor, el sufrimiento y el nuevo milenio (2000) y Los poemas muertos (2006).
Su literatura ha sido distinguida a lo largo de los años, entre otros, con el Premio Iberoamericano Pablo Neruda (1988), Premio Nacional de Literatura de Chile (2000), Premio José Lezama Lima (2006, Cuba; por INRI), Premio José Donoso (Chile , 2017)  Premio Iberoamericano Reina Sofía (España, 2020), Premio Internazionale Alberto Dubito (2020), Premio Internacional de Poesía García Lorca 2022.

"Tullir la nación. Discapacidad, cuerpos y fracasos en Papelucho gay en dictadura de Juan Pablo Sutherland y Bulto de Víctor Quezada". Por Carlos Ayram

Publicado en En ARECO, Macarena; MORENO, Fernando; QUINTANA, Cécile (dir.). Narrativa chilena actual. Dictadura, neoliberalismo, subjetividad y textualidad. Francia: Editions des archives contemporaines, 2022

Disponible en respositorio Editions des archives contemporaines (EAC)

Publicado originalmente en Revista Oropel, 15 de julio de 2022

En la medida en que avanzaba en la lectura de El amor oscuro (Santiago de Chile: Libros del Pez Espiral, 2022), libro de poesía de Francisco Cardemil Pérez (Santiago, 1995), se fueron formando algunas interrogantes respecto de: 

  • los espacios que habitamos o compartimos
  • la habitabilidad de esos espacios
  • las formas en las que los habitamos.

En otras palabras: algo similar a lo que Roland Barthes llamaría “géneros de vida”.

Y, tras estas interrogantes, apareció también la superposición de horizontes temporales y signos que configurarían -por así decirlo- la contemporaneidad del problema [del cohabitar, del vivir-juntos]:

  • horizonte neoliberal. Signos: el departamento diminuto en la gran torre o condominio residencial; las carpas, las tiendas de campaña desagregadas en las plazas, parques y otros espacios verdes
  • horizonte del estado de bienestar. Signo: el bloc en el entorno de la unidad vecinal
  • horizonte (pequeño)burgués. Signo: antiguas casonas (hoy) compartimentadas.

Cuatro notas:

Vivir-juntos es diferente de cohabitar.

En la cohabitación (por ej., compartir los gastos de una vivienda y, como forma más o menos extrema, la experiencia del allegamiento) predominaría la necesidad antes que el deseo.

En el vivir-juntos hay por supuesto necesidad, pero, principalmente, hay deseo -para no decir utopía o siquiera proyecto-. Un deseo que es tan institucional como económico; tan familiar como amoroso (o amistoso).

El deseo del vivir-juntos tiene que ver con los afectos, la intersubjetividad y con el poder: en la medida en que ese deseo ordena el mundo en un adentro y un afuera, interioridad y exterioridad, en intimidad y exposición, en espacio privado y público, en instituciones y márgenes.

Precisamente, el libro comienza trazando algunas de estas líneas:

[No] sabemos de qué se trata una casa. Solo conocemos la posesión del espacio. Un adentro y un afuera. La forma en que los músculos y las distancias se aflojan o se tensan al cruzar una habitación. No somos los mismos entre lo que cubre el techo y los pasos que contamos al caminar por las veredas. Cuánto material, cuánto espacio inútil nos separa (…). Estar juntos siempre es desertar (Cardemil, 9).

Digamos, antes de continuar: como casas y departamentos, los libros tienen diferentes puertas. Yo, aquí, solo me limitaré a elegir algunas puertas de entrada (o salida) al libro.

Cuando Barthes dictó el curso Cómo vivir juntos (Collège de France, 1976-1977), la pregunta sobre el vivir comunitario, lo común y la comunidad venía siendo planteada de una u otra forma en el espacio político y académico en el que se desenvolvía. Era una pregunta de época [es también una pregunta de nuestra época]. Sin embargo, la especificidad del problema que se plantea Barthes en el curso es, por supuesto, literaria y, en ese sentido, explora versiones del vivir-juntos que encuentra en novelas como Robinson Crusoe de Daniel Defoe o La montaña mágica de Thomas Mann, en libros de historia antigua o ensayos como El verano griego de Jacques Lacarrière, de donde rescata la noción de idiorritmia [gr. idios (propio) + rythmós (ritmo) ≈ la vida que se vive a un ritmo propio].

El problema que explora -a pesar de su especificidad disciplinaria-, parece apuntar fuera de lo literario, hacia lo que enuncia en términos generales como una contradicción: “Querer vivir solos y querer vivir juntos” (Barthes, 47); o como un “vivir juntos ‘bien’, cohabitar ‘bien’” (47) que, en tanto deseo, vendría a plantearse como la fuerza fantasmática de la experiencia (deseable) del vivir-juntos.

En otro momento, tanto para desembarazarse del tema del discurso amoroso -tema del que hizo un curso (École des hautes études en sciences sociales, 1974-1976) y publicó un libro que fue éxito de ventas, Fragmentos de un discurso amoroso (1977)- como para avanzar hacia la definición del carácter marginal de las imágenes o simulaciones del vivir-juntos que le interesan, aclara que “no es el Vivir-de-a-Dos” lo que quiere explorar, sino “un fantasma de vida, de régimen, de género de vida (…). Algo como una soledad interrumpida de manera regulada: la paradoja, la contradicción, la aporía de una puesta en común de las distancias” (49).

Delineado de esta manera, hecho el énfasis en el género de vida (con reglas, distancias y ritmos), el tema del curso encuentra su concreción en modos de existencia históricamente situados:

  • las formas de vida solitaria (de eremitas y anacoretas, por ejemplo) anteriores al edicto del emperador Teodosio I en el año 380, por el que el cristianismo cambió su estatuto de religión perseguida a religión oficial del Imperio Romano
  • y la idiorritmia como género de vida suscitado en los márgenes del Monasterio de la Gran Laura, instaurado en el año 913 por San Atanasio en el monte Athos (territorio hoy autónomo bajo soberanía griega, protegido por la UNESCO, en donde perviven 20 monasterios ortodoxos. La entrada a mujeres y niños está prohibida).

En la revisión que realiza Barthes de ambos hitos, existen dos claves que configuran la dinámica sutil del poder (o de “los poderes”), que es el horizonte con el que se encuentra a cada tanto respecto de su discurrir sobre el problema de vivir-juntos:

  • por un lado, la institucionalización de un modo de existencia comunitario (el coenobium, convento o monasterio)
  • y, por otro, la marginalización de géneros de vida solitaria como las de eremitas y anacoretas.

En este sentido, y en principio, el vivir-juntos que busca Barthes vendría a situarse entre lo que reconoce como “dos formas excesivas”: la soledad del eremitismo y la integración regimentada del convento; por el rescate de “una forma media, utópica, edénica, idílica: la idiorritmia” (52) que, en términos históricos, refiere al género de vida solitario del semianacoretismo desarrollado en los márgenes de los monasterios comunitarios del monte Athos en el siglo X (Lacarrière, citado en Barthes, 49, nota 21).

La idiorritmia, a la vez marginada e integrada, da cuenta del gesto de rescate de Barthes de formas de vida deseables (ya que habría otras formas indeseables, “fantasmas horribles”) del vivir-juntos, que permitan participar en la sociedad y el presente esquivando, engañando, haciéndole trampas a los ritmos que impone el poder (cf. Barthes. “Lección inaugural”).

Estos géneros de vida se suceden en el curso caracterizados una y otra vez en su relación negativa con el poder, al punto de reconocer en dicha relación su “único principio estable”. Anota Barthes: “Lo que el poder impone ante todo es un ritmo (de todas las cosas: de vida, de tiempo, de pensamiento, de discurso). La demanda de idiorritmia [a saber, de una vida vivida a un ritmo propio] se hace siempre contra el poder” (81). En este sentido, las formas de vida idiorrítmicas muestran una ambivalencia: son tan contrarias a cualquier otra forma de vida comunitaria, social o familiar [entendidas estas como “grandes formas represivas” (52)], como insostenible (o derechamente imposible) sería una forma de vida purificada de poder.

En el seno de esta dinámica compleja, con visos de contradicción, se demanda un ritmo propio de vida que sortee las perturbaciones que producen los ritmos impuestos por las reglas y regímenes de la lengua y las instituciones. El deseo de la idiorritmia (esa “soledad interrumpida de manera regulada”), en la medida en que se relaciona de manera negativa con los poderes, no puede sino ser vigilado por las comunidades, entendidas estas como garantes de géneros de vida común. Aquí, Barthes identifica explícita y rápidamente la construcción social de lo común con las ideas de norma y normalización (“la norma es lo común” (146), anota).

Aunque más o menos compleja, esta dinámica sutil del poder no carece de una dimensión material: el problema político -deslizado al paso- de la opresión social de “las marginalidades” (146). Barthes nos dice que el poder -ubicuo, plural, perpetuo-, además de las tácticas de represión policial, persecución política y social, utiliza otras herramientas más sutiles: de integración del margen a partir de su vigilancia, control, o su codificación institucional. Sugiere entonces que lo que se condena en el eremita, lo que se condena de la vida solitaria, así como lo que se condena en la figura del loco, es su anormalidad: que no participe, no se integre a los géneros de vida común: “De allí, la posición exorbitante, por ser neutra: no está ni a favor ni en contra del poder (…), quiere mantenerse fuera. Lo cual es insostenible; de allí, la intensa tensión social provocada por el loco, el marginal” (145).

En algún lugar era posible suponer que en sus cuerpos estaban impresos los grafismos de todos los otros -lo institucional- que encarnaban en ellos un destino posible, alarmante, al traspasar la frontera de la ley transitoria de la ciudad: la ocupación permanente del espacio público, de la vía pública a costa de una voluntaria intemperie existencial (Eltit, Diamela, 14).
El Padre Mío (1989) de Diamela Eltit es la recolección de tres momentos de habla de un loco que “habitaba en un eriazo de la comuna de Conchalí”, registrados en la década de 1980. Un habla fuera de norma, que se hace legible a partir de su montaje y relocalización institucional (el género del testimonio, la investigación, el reportaje literarios, encabezado por una escritura autorizada en un prólogo -entre comillas- “normalizador” o, en otras palabras, que codifica estéticamente dicha habla). Sin embargo, esta relación de poder que podríamos plantear de manera inmediata entre la autora y la presencia de un cuerpo reducido a “una violenta exterioridad”, no agota el gesto sin dudas dialógico y disidente de una escritora como Eltit, respecto de las otras escrituras y discursos que constituían su contemporaneidad.

Pero si esta segunda puerta de salida al libro nos conduce a alguna parte aquí, es por otras razones. Principalmente, por la caracterización que realiza de la exterioridad de quienes llama “vagabundos urbanos”:

  • construida por medio de la acumulación del desecho social e institucional, la “saturación de prendas” y la “carnalidad maquillada de tierra”, que contravenían “el estereotipo del cuerpo higienizado y vestido según la lógica de la composición oficial” (12)
  • la exterioridad de los vagabundos (sin lugar, sin privacidad, sin adentro) transgrede la ley del espacio público (su carácter transitorio, de paso) ocupándolo permanentemente.

En dicha exterioridad del vagabundo urbano, Eltit busca las imágenes negativas que -como el negativo fotográfico- posibiliten la obtención de un positivo: la ciudad dictatorial, la composición de sus cuerpos y costumbres. En los vagabundos -autoconstituidos en “ornamentos”, “fachadas” o “esculturas” a partir de un “trabajo con la apariencia y la exterioridad”-, Eltit señala la precariedad de la “interioridad arquitectónica” de las instituciones que devuelve al problema del vivir-juntos una de sus determinaciones más cabales: el asunto de la mirada:

Por esto, era posible enlazar la idea que estaban dispuestos así para la mirada, para obtener la mirada del otro, de los otros y que todo ese barroquismo [su apariencia excesiva, construida a partir de la acumulación de desechos] encubría la necesidad de conseguir ser mirados, ser admirados en la diferencia límite tras la cual se habían organizado (13).
Atendiendo al paisaje que se abre tras esta puerta, si el problema del vivir-juntos parecía suponer de alguna manera la interioridad (un espacio o una ficción cotidiana interior, íntima y propia frente al espacio público y político al que se oponía), en estas imágenes observamos algo muy distinto: el margen que -como punto de vista ahora- posibilita mirar lo íntimo a plena luz, a la intemperie. 

Figuras, puertas y pasillos

Un pasillo varía en extensión
estrategias de orden nos plagan
ancho y altura
son sentimientos humanos
toda ciudad es una casa

un hombre aparece
golpea las junturas de los vanos
ahora vivimos juntos
él espera que caiga nuestra puerta
su venganza es lo material

así se decidieron nuestras habitaciones
cambios en el sentido del pavimento
su textura una lengua grabada
direcciones en placas de metal
el color de una puerta
maceteros para gobernar un balcón

pero esta ventana quebrada
pone sobre la mesa a los vecinos

qué de nosotros podrían robar
en la carne de los objetos
¿hay algo realmente propio que perder?
preguntas desde cuándo existe el corredor
desde cuándo existe el afuera
si de verdad hemos salido
después de compartirnos

todo nos fue dado
por necesidad humana

estamos vendados en un callejón
alguien más aguarda otro descuido
¿sabrías decir si también es humana
nuestra necesidad?
(Cardemil, 21-22).
La presencia de líneas, márgenes, límites representados en el cono de luz que entra por la ventana, la jaula de sombra que proyectan las grúas de la construcción próxima sobre las paredes (29), los muros ciegos (44), acentúan la ambigüedad del espacio interior, por la que se reconfigura la oposición espacial entre interioridad y exterioridad, como dimensiones complementarias.
En otro poema de El amor oscuro se lee una versión alternativa de estas metáforas de luz y sombra que insinúa el adentro (y allí, lo propio, lo privado, lo interior, lo íntimo) como un espacio contaminado de afuera:
Te sacas la capucha
dejas el abrigo
te descalzas
la calle solo entra
con piedrecillas
en las ranuras del zapato
(“Entrada”, 25).
Son, como podría desprenderse del libro, oposiciones ideológicas, propias de los ritmos que el poder impone a los espacios, instaladas discursivamente sobre las innegables diferencias sociales cualitativas entre vivir al interior y vivir en el exterior. Oposiciones visibles a plena luz por la conciencia de la porosidad de los límites entre espacio público y privado que entrega el margen como punto de vista crítico.

No obstante esta conciencia, la configuración normalizadora de los ritmos de vida tiene efectos en el nivel subjetivo. En El amor oscuro estos efectos se sintetizan en el miedo a verse expuesto, el miedo a ser visto o descubierto a través de la ventana abierta o quebrada.
Muros ciegos

Nuestro miedo ocupa el espacio
lo recorre de puntillas
la ventana abierta hacia otro bloque
nos invita a descendernos
en un secreto adolescente

el filo de las luces se cuela
en nuestra falta de artificios
las zapatillas montadas en un rincón
la puerta admite claridad suficiente
para distinguirlas de la sombra del ropero

sumergimos el abdomen con cariño
toda extremidad se suelta
encontramos un muro
sin agujeros (44).
En El amor oscuro veo una subjetividad celosa ante lo público, de sí misma y sus afectos. Y a partir de ella, una configuración espacial:

  • por un lado, la afirmación de la persistencia del deseo de un adentro como búsqueda de intimidad
  • por otro, la realidad del exterior que se cuela: 
    • por la ventana: como luz, sombra y mirada
    • por la puerta: como residuo.

Esta configuración está atravesada por la experiencia del miedo, que impele al sujeto a: estar “alerta frente a las amenazas”, resguardar “lo que podría asediar lo construido”, a buscar “lo íntimo contra lo público” (69). En este sentido -el sentido que lanza la mirada exterior que entra por la ventana- el miedo pareciera alojarse en la posibilidad más o menos cierta de que el interior se vuelque de manera completa al exterior. Y quizás en este miedo radique la insistencia en la configuración de espacios tenues, de semisombra: vestidos de luz que cubran una exterioridad que aparece como constitutiva de la identidad, una exterioridad que nos recuerda que todxs estamos más o menos lejos o dispuestos para la mirada de otro.

… me visitan chicos de alguna comunidad cristiana que solo tienen una imposición de venir, por compasión, a la casa de reposo. (…)
ellos observan mi cuerpo, mi ajado cuerpo, miran mis ojos, piensan en mí.
¿Piensan en mí? ¿En mí? (…)
me pregunto: ¿qué ven cuando me ven?
¿Ven acaso el desequilibrio, este aplanamiento, estas ausencias, este hundimiento en la realidad? Me pregunto:
¿Qué ven cuando me ven?”
(Rivera, Ximena, 132-133)
La monotonía de la Casa de reposo (2013) de Ximena Rivera Órdenes es interrumpida por los horarios de visita. Monotonía e interrupción son estancias del régimen altamente ritmado en el que ancianxs y enfermxs viven sus días en la casa de reposo de la calle Pompeya, como en el seno de una “madre maligna” (130).

El énfasis en la repetición de la pregunta que cuestiona los motivos de las visitas comunitarias (“¿qué ven cuando me ven?”) construye, me parece, un desplazamiento de nuestras expectativas, que anula la pregunta por la continuidad para el otro de una identidad (entendida aquí como imagen de sí repetible en el tiempo).

El contenido de la pregunta y el hipotético contenido de una respuesta elidida no parecen relevantes en el texto de Rivera pues, finalmente, es ella misma quien responde en su examen de las expectativas que lee en las visitas comunitarias (“desequilibrio”, “aplanamiento”, “ausencias”, “hundimiento en la realidad”), además del hecho de su evidente carácter excepcional como habitante de la casa de reposo (es más joven, no está enferma). Escribe: “Un detalle perturbador: ellos creían que iba a dejar ahí a alguien enfermo o anciano de mi familia (…) busqué el último rincón en el que yo podría quedarme” (130). El elemento que desplaza las expectativas no es el contenido, el “qué” de la pregunta, sino el énfasis en el verbo “ver”.

Ser otro. Así como lo planteó Diamela Eltit en El Padre Mío, más que un asunto de norma y normalización, pareciera ser que el problema de la otredad es también de orden estético, está determinado por quien mira. Otro: quien está dispuesto a la mirada. Hacia el final de los fragmentos de este diario de (sobre)vida que pudiera ser Casa de reposo, Rivera pone el acento en la relación de poder constituida por la mirada: “A los ojos de otros soy una enferma entre enfermos”; pero termina concluyendo que para poder-vivir en ese lugar, “la clave es que perdemos la intimidad” (134).

A la exterioridad de base que señala la mirada, Rivera suma otra cualidad, que expone la dimensión estética de la otredad a la luz de un poder sin cuerpo, inasible: la pérdida de la intimidad en la casa de reposo, es -antes de todo- la pérdida de la “habilidad de un individuo o grupo de mantener sus vidas y actos personales fuera de la vista del público” (135), como se lee en la definición que a manera de epígrafe encabeza el quinto y último fragmento del texto. El relato de Rivera no parece ser comprensible solamente como la experiencia de un estar dispuesta a la mirada (como autoconstitución barroca), sino la de un no poder más que estar arrojada a la mirada.
No me costó mucho sufrir esos cinco o seis años fuera del mundo: sin duda yo tenía disposiciones caracterológicas para ‘la interioridad’, para el ejercicio solitario de la lectura. ¿Lo que esos años aportaron? Una forma de cultura, seguramente. La experiencia de un ‘vivir-juntos’ que se caracterizaba por una excitación inmensa de las amistades, la seguridad de tener a los amigos cerca de mí, todo el tiempo, sin estar jamás separado” (Barthes, 2005b, 223-224).
En una entrevista realizada el mismo año en que desarrollaba el curso (“¿Para qué sirve un intelectual?”. Le nouvel observateaur. 10 enero de 1977), Barthes refiere su experiencia del sanatorio en donde se internó, entre 1942 y 1946, para mejorar de tuberculosis (ese “verdadero género de vida”). De este tiempo, circula en la Web alguna fotografía del mismo Barthes, joven, en bata, mirando a la izquierda sonriente, apoyado en la biblioteca de uno de los sanatorios en la alta montaña donde se internó.


Más allá de su pretensión, la cita de arriba me importa pues cristaliza la reflexión acerca del vivir-juntos en un deseo (el deseo que sirve como motivo del trabajo exploratorio del curso): vivir en soledad, rodeado de amigos. Un modo de vida que tiene la lectura como práctica principal: el sanatorio, con su tiempo lento y subjetivo, se parece a la biblioteca, en donde la interioridad -vivida como lectura silenciosa y solitaria, “fuera del mundo”, “fuera de la vista”- se practica. 

Es esta idealización, esta elevación de la experiencia (de lectura) que en su grado más alto pareciera exigir la sustracción del (resto del) mundo -a saber, el escape a la política, el lenguaje y toda versión de la realidad que obligue a tomar posición (ideas que Barthes desarrolla posteriormente en el curso sobre lo neutro-; es esta idealización, decía, la que se sitúa como fondo contrastivo para el conjunto de figuras (el monje, el lector, el loco, el marginal) que delinea en el discurrir contradictorio de las notas del curso.

Son sin duda trazos gruesos (el poder “ubicuo”, “plural”, “perpetuo”) que facilitan el reconocimiento de esas figuras despojadas de poder y, a partir de ellas, la intención de hacer de la escritura un acto todavía posible en los espacios opresivos en que su ejercicio parece tambalear.

Valga una salvedad -un recordatorio-, cuando decimos escritura aludimos al hecho de escribir en un espacio y un tiempo determinados; a saber: escribir en un margen (el sanatorio, la biblioteca, la casa de reposo, por ejemplo); y en una temporalidad relativa [hecha de relaciones], la contemporaneidad.

Coda o cuarta puerta de salida: Gonzalo Millán, "Dragón que se muerde la cola" (1984)

VI

Lanzo por la ventana
todo el mobiliario
del comedor, del dormitorio
y de la sala;
los muebles de cocina
y la vajilla.
Desmantelo el techo
el piso y las paredes.
Sumo todo lo que resta
y al fin arrojo la ventana
tras de la cual me descubro
al otro lado de la calle,
en un sitio eriazo, solo
Víctor Quezada

Bibliografía 

Barthes, Roland (1993). “Lección inaugural de la cátedra de semiología lingüística del Collège de France, pronunciada el 7 de enero de 1977”. El placer del texto. México: Siglo XXI Editores.
-------------------- (2005). Cómo vivir juntos: simulaciones novelescas de algunos espacios cotidianos. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
-------------------- (2005b). El grano de la voz: Entrevistas 1962-1980. España: Siglo XXI Editores.
Cardemil, Francisco (2022). El amor oscuro. Santiago de Chile: Libros del Pez Espiral.
Eltit, Diamela (1998). El Padre Mío. Santiago: Francisco Zegers.
Millán, Gonzalo (1997). “Dragón que se muerde la cola”. Trece lunas. Santiago de Chile: FCE.
Rivera, Ximena (2016). “Casa de reposo”. Obra completa. Valparaíso: Ediciones Libros del Cardo.


"Papeles personales". Revista Oropel. 24 de octubre de 2024

"Sentidos Ch’ixi. Notas sobre Un mundo ch’ixi es posible, Silvia Rivera Cusicanqui". 10 de mayo de 2024

"Puertas de salida / Cómo vivir-juntos". Revista Oropel. 15 de julio de 2022

"¿Qué es un libro?" La Calle Passy 061. Febrero, 2021

"Mitómana o un cine sacrificial". La Calle Passy 061. Agosto, 2020

"Capucha. Galería. Santiago, 11 al 19 de noviembre de 2019". La Calle Passy 061. Noviembre, 2019

"Galería de rayados, afiches, stencils y stickers. Santiago, octubre, 2019". La Calle Passy 061. Noviembre, 2019  

"Veneno de escorpión azul". La Calle Passy 061. Mayo, 2019 

"Wanda". La Calle Passy 061. Abril, 2019  

"Esta galería de citas y animales. La mano que mira de Juan Cristóbal Mac Lean". La Calle Passy 061. Enero, 2019  

"Te convertirás en un extraño de Nicolás Campos Farfán". La Calle Passy 061. Octubre, 2018  

"Aurícula – amnios – vasija. La marcha hacia ninguna parte de Tania Favela Bustillo". La Calle Passy 061. Agosto, 2018  

“Virginia Vidal: una narrativa para el Chile de hoy”. La Calle Passy 061. Diciembre, 2017  

“Escribir a la sombra del dintel. Cuaderno esclavo de Rodrigo Olavarría”. La Calle Passy 061. Noviembre, 2017  

“Kururu: Fábulas de Christian Kent”. La Calle Passy 061. Octubre, 2017  

“Roland Barthes o la muerte impostergable”. La Calle Passy 061. Septiembre, 2017  

“El pasado de toda imagen: fotografía e historia”. La Calle Passy 061. Diciembre, 2016  

“Decir sí”. La Calle Passy 061. Septiembre, 2016  

“Milli. A partir de Manchas de agua de Roy Sigüenza”. La Calle Passy 061. Julio 2016  

“Se bracea y murmura. Imagen y semejanza de Germán Carrasco”. Ojo en tinta. Junio, 2016  

“Contra el origen”. Rufián Revista, año 5, número 24. Noviembre, 2015

“Poesía y crítica (o ese brazo aparentemente masculino)”. La Calle Passy 061. Junio, 2015  

“La imagen que falta entre la mano y el ojo”. La Calle Passy 061. Abril, 2015  

“Si el sol golpea las baldosas ciega: Ninguna parte esta ceguera de Simón Villalobos”. La Calle Passy 061. Diciembre, 2014  

“La línea entre Homero y Joyce: Random de Daniel Rojas Pachas”. La Calle Passy 061. Septiembre, 2014  

“16/1 (Dieciséis fotogramas por segundo: al ritmo del cine mudo)”. La Calle Passy 061. Agosto, 2014 

“Diario de una desaparición. Poesía y política en El Siglo durante el gobierno de la Unidad Popular (Chile, 1970-1973)”. Actas III Congreso Internacional Cuestiones Críticas. Centro de Estudios de Literatura Argentina (CELARG). ISSN 1853-1938. ROSARIO, ARGENTINA. Abril, 2014  

“Dejar de escribir, salir del libro (o la pregunta por la joven poesía de Chile)”. La Calle Passy 061. Marzo, 2014  

“Si al menos pudiese darme un cuerpo neutro. Adjetivos, imágenes, Roland Barthes”. La Calle Passy 061. Diciembre, 2013  

“El conciliador, el terco y la vida diaria. Sobre la epistemología del desacuerdo”. La Calle Passy 061. Diciembre, 2013  

“Apuntes sobre el fin del mundo”. La Calle Passy 061. Noviembre, 2014  

“Nombres sin cuerpo, cuerpos sin nombre”. La Calle Passy 061. Octubre, 2014  

“Inminente, incompleto, general. El signo de la cultura en la Unidad Popular”. Rufián Revista, año 3, Número 15: Esta historia es sin olvido. Chile, 40 años. Septiembre, 2013  

“U-Matic (sobre NO)”. La Calle Passy 061. Septiembre, 2013  

“Sobre las manos de la mujer”. La Calle Passy 061. Septiembre, 2013  

“El Siglo: la novedad como inminencia, una literatura imposible”. La Calle Passy 061. Agosto, 2013  

“Tres notas sobre una cita: representación histórica e imágenes de la historia”. La Calle Passy 061. Julio, 2013  

“La memoria, la mano, los artefactos. Notas sobre Zonas de excavación de Guido Arroyo”. La calle Passy 061. Mayo, 2013  

“Y la vanidad de un lagarto al mediodía. Alrededor de Cuarzo de Juan Santander”. La Calle Passy 061. Diciembre, 2012  

“Tea Party – VV.AA.”. La Calle Passy 061. Diciembre, 2012  

“El Pejesapo de José Luis Sepúlveda: por un nuevo realismo”. La Calle Passy 061. Agosto, 2012  

“Ego sum qui sum: visibilidad y enunciado en Purgatorio de Raúl Zurita”. La Calle Passy 061. Agosto, 2012  

“Toda representación construye un mundo. Sobre Abril de Gonzalo David”. La Calle Passy 061. Julio, 2012  

“Se drena, se inunda, se descansa. Entrevista a Marcelo Guajardo Thomas”. La Calle Passy 061. Junio, 2012  

“Encontrar algo fuera de mí: Partir y renunciar de Amelia Bande”. La Calle Passy 061. Mayo, 2012  

“Citar la cita: ‘Varadero de Rubén Darío’ de Enrique Lihn”. La Calle Passy 061. Marzo, 2012  

“Decir muchas cosas que ahora son indecibles. Diario argentino de Wiltod Gombrowicz”. La Calle Passy 061. Febrero, 2012  

“It takes the waiting out of wanting”. Rufián Revista, Año 2, N° 9: Lo prometido es deuda, notas sobre consumo. Junio, 2012 

“I could invent the one you’d have me be. Savage/Love de Sam Shepard”. No-Retornable, N°11. Mayo, 2012 

Italienisches Liederbuch”. No-Retornable, N°10. Buenos Aires. Diciembre, 2011  

“Voca-vulva-vida: la voz de una imagen posible. Voca de Simón Villalobos”. La Calle Passy 061. Noviembre, 2011  

“La muerte de Carlos Pezoa Véliz: construcción de sí e imagen de escritor”. La Calle Passy 061. Octubre, 2011  

“Visibilidad de la literatura chilena”. La Calle Passy 061. Septiembre, 2011   

“Abro la tierra y encuentro la cara de un indio. Cetrería de Juan Manuel Silva Barandica”. La Calle Passy 061. Julio, 2011  

“La mañana, el silencio: Canciones punk para señoritas autodestructivas”. La Calle Passy 061. Junio, 2011  

“La poesía no sirve para nada: la literatura y su función”. La Calle Passy 061. Mayo, 2011  

“Blácbuc de Juan Pablo Pereira: contra las letras”. La Calle Passy 061. Mayo, 2011  

“Posibilidad de una historia. EME/A de Claudia Apablaza”. La Calle Passy 061. Enero, 2011  

“Guía para perderse en la ciudad de Víctor López o un sujeto teóricamente ilustrado”. La Calle Passy 061. Noviembre, 2010  

“La angustia de las influencias: poetas chilenos de los 90”. La Calle Passy 061. Octubre, 2010 

Ruda de Germán Carrasco”. Grifo, N°19. Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales. Septiembre, 2010  

“Daguerrotipo en marco de caoba de un poeta modernista. Sobre Ruda de Germán Carrasco”. La Calle Passy 061. Agosto, 2010  

“Collige virgo rosas: Post Humo de Mario Valdovinos”. La Calle Passy 061. Julio, 2010  

“La estela de un cuerpo al caer: Vuelo de Rodrigo Arroyo”. La Calle Passy 061. Marzo, 2010  

“Germán Carrasco: surfista del lenguaje y traductor del viento”. La Calle Passy 061. Diciembre, 2009  

“La crítica literaria y el presente de la poesía chilena”. La Calle Passy 061. Noviembre, 2009  

“Diagonales de Maori Pérez”. La Calle Passy 061. Junio, 2009  

“Diario de las especies de Claudia Apablaza”. La Calle Passy 061. Abril, 2009

Entre el reino de la espiga y el fascista que adoramos. Acerca de Investigaciones determinadas por lo prohibido de Marcela Saldaño”. Revista Contrafuerte N°2. Enero, 2009  

“Butamalón de Eduardo Labarca”. La Calle Passy 061. Diciembre, 2008  

“Bagual de Felipe Becerra Calderón”. La Calle Passy 061. Noviembre, 2008 

Guion de Héctor Hernández Montecinos”. Revista Contrafuerte N°1. Octubre, 2008 

Matria de Antonio Silva”. Revista Contrafuerte N°1. Octubre, 2008  

“Alrededor de Matria de Antonio Silva: una futura lengua”. La Calle Passy 061. Octubre, 2008  

“Poesía chilena joven. La crítica y su voluntad inaugural”. La Calle Passy 061. Octubre, 2008  

“Guion de Héctor Hernández Montecinos”. La Calle Passy 061. Agosto, 2008  

“Higiene de Ernesto González Barnert”. La Calle Passy 061. Julio, 2008  

“Matria de Antonio Silva: hacia la producción de un espacio, una tentativa”. La Calle Passy 061. Abril, 2008  

“Escribir para sí y escribir para los otros de Juan Emar”. La Calle Passy 061. Enero, 2008  

“Ayer de Juan Emar: esbozo de una lectura errada”. La Calle Passy 061. Diciembre, 2007  

“La literatura en Ídola de Germán Marín”. La Calle Passy 061. Marzo, 2007  

“Toda la luz del mediodía de Mauricio Wacquez”. La Calle Passy 061. Enero, 2007

Las imágenes de este video fueron registradas en el mes de febrero de 2013 por mi sobrino. Recientemente, en una cámara digital vieja, las redescubrí. Encontré en ellas -en medio del juego infantil, las risas, las voces y gritos emocionados- el borde de la escena familiar, donde un niño, en este caso específico, es corregido por quienes integran ese aparato disciplinario que llamamos familia chilena: yo mismo, entre ellxs.
Pero quedan también impresos en estas imágenes: una experiencia singular, el pestañeo a un momento casi inaccesible, el de mayor intimidad: el juego de un niño consigo mismo; y, principalmente, un punto de vista / irrepetible, que me interpela como espectador, como quien ama y mira a otro que le mira desde abajo.


LA MAYOR IGNORANCIA [HOME MOVIE]
/ DIYS. Septiembre de 2020

Imágenes: verano de 2013
Textos: Diario abierto #243, verano de 2016

Publicado originalmente en Traza.cl. 25 de mayo de 2020
Experimentar el tiempo de la pandemia también como un tiempo que se vacía, donde aparece el silencio. Y donde quizás, de ese modo, pueda aparecer la escritura, abandonando el control. La escritura como un comentario, como un trozo de algo, como una anotación. La escritura fuera de los formatos. Víctor Quezada reflexiona en la presente entrevista, sobre este momento, sobre su libro bulto y los desvíos que aparecen en él, la pregunta por la amistad, aquello comerciable que hay en ese proceso, el cuerpo vestido, la dignidad. Sobre la confección de un diario como aquello que aborrece la idea de libro o el escritor.


La situación de pandemia ha planteado un desafío respecto de lo que entendíamos como nuestros deberes, derechos y libertades, pero también ha dejado en evidencia las condiciones materiales en las que vivíamos y vivimos, en términos de la infraestructura de salud, por poner algún ejemplo, o en relación con las ideas de la educación a distancia y el teletrabajo que en algunos contextos es impracticable. La escritura parece no participar de este orden de cosas; cuando se la menciona es a propósito de las ventas editoriales, por un lado, o por intermedio de la figura de lxs lectorxs, a quienes la lectura les otorgaría una cierta calma, un cierto refugio o “algo” que hacer. En esta escena, orientada al consumo, ¿qué representa para ti, hoy, la práctica de la escritura?

Pero la escritura quizás también pueda representar una forma de afrontar o resistir el tiempo del confinamiento, el tiempo de la pandemia. Pero me gustaría también pensar en, más bien, en cuál sería ese tiempo, qué está significando este tiempo ahora para nosotros.
Bueno, para mí, y quizás para todos, es un tiempo de un trabajo mental intenso, de pensamiento recursivo a veces, un tiempo que no es muy deseable, digamos. Aunque otras veces puede llegar a ser el tiempo de una especie de vacío, y creo que allí es donde mejor se vive. Donde ese pensamiento recursivo que tenemos casi siempre, cuando padecemos angustia o estrés o lo que sea, aparece como ausente de sentido.
Ese tiempo es el tiempo donde no pasa nada. Y cuando no pasa nada tenemos la oportunidad también de mirar en silencio. Pienso que un tipo de escritura aparece a veces allí, pero, claro, esto no es una regla, porque puede también no surgir la escritura, pero a veces aparece cuando se abandona el control, el deseo de escribir, digamos. En mi experiencia estos pedazos de escritura son parecidos a las virutas de madera o son como láminas de una consistencia más o menos vegetal, que crecen en la imaginación, en la forma de una espiral, algo así. Es una escritura que se parece a la cita, a la nota, a la acotación.
Puede ser que la escritura y la lectura sean ese algo que hacer cuando no se hace nada. Yo siempre he pensado en esa idea, es una aspiración, respecto de la escritura. El deseo de escribir entre un libro y otro, cuando dejamos de escribir.

Insistiendo en las prácticas, ¿cómo fue el proceso de creación de bulto?, ¿cuáles fueron las ideas que te interesaba poner en circulación?, ¿qué estrategias o procedimientos estéticos fueron los que te permitieron hacerlo?

Me interesaba, en ese tiempo, más o menos 2014, 15, 16, pensar la pasividad emocional, o la pasividad vital. La idea de entregarse a la experiencia de la deriva o la idea, también, de crear un personaje con un objetivo que es más o menos claro en el caso de bulto: llegar a la terminal de omnibuses para volver a su ciudad natal. Un personaje que, a partir de ese trayecto, se sometiera a un desvío más o menos constante, por el que se confronta a sí mismo en diferentes situaciones hipotéticas. Y digo hipotéticas pues bulto no es la historia de alguien que en el viaje que emprende se encuentra con su memoria familiar o su memoria nacional, como se podría leer en el libro, supongo. Creo que el personaje no recuerda propiamente, sino que más bien realiza un proceso imaginativo de encuentro con su familia, en el que proyecta sus deseos y empatiza con la figura de una madre imaginada a la medida de su propio cuerpo: el cuerpo emasculado del protagonista.
Creo que también mientras imagina, el protagonista se desvía y vuelve a los lugares que cotidianamente frecuenta, como la orilla del río, las calles aledañas al puerto, el puerto mismo y también a ciertas fiestas donde tiene encuentros más o menos furtivos o más o menos declarados con hombres indeseables, digamos. Pero, sin embargo, son hombres con los que se identifica o llega a identificarse quizás a partir del odio a sí mismo. Estos personajes representan para mí la arrogancia o, en otras palabras, la amistad comprendida como negocio. Sin embargo, el personaje de bulto aquí se siente más o menos recibido. Es en el espacio que podríamos llamar más propiamente público donde el personaje se siente rechazado, o se siente como una piedra en el camino, que es una de las metáforas que se utiliza.
También me interesaba, en el momento en que escribí bulto, cierta idea más o menos confusa de la redención individual, a partir del deseo de una amistad distinta de esa amistad del negocio, que, desde el epígrafe, que viene de Frankenstein, se figura como una amistad imposible. Porque todos sabemos que la amistad en Frankenstein conduce a la condena, al rechazo, a la persecución o, en otros términos, al devenir monstruo. Creo que el personaje de bulto conoce esto y de ahí viene su miedo, y de ahí viene su pasividad.

Es posible que en bulto curse más de una historia entrelíneas, en particular, quisiéramos preguntarte por aquella que ocurre bajo la ropa, por esa trama que en tanto apertura va exponiendo lo íntimo como público y que, a la vez, hace de la ropa no solo un lugar, sino también un tiempo: ¿qué retorna desde ahí y hacia dónde te lleva hoy esa escritura, que tal vez podríamos llamar escritura del desnudo?

La ropa es importante en bulto, es una manera de navegar el mundo, pienso. En términos más específicos la ropa tiene que ver con la idea del ethos, que viene de la Retórica. Del ethos como presentación de sí, por la que el orador convence, persuade o seduce a su auditorio. No solo, por ejemplo, por la calidad de los argumentos de ese orador, tampoco por su vinculación patética con una audiencia, sino también el orador convence por sus gestos, por la imagen que proyecta. En ese sentido creo que la ropa en bulto, como signo de un llegar a ser a los ojos de los otros, es más parecida a un espejo, en el que los otros se miran.
Me interesaba la idea, respecto de la ropa, me interesaba la idea de vestir un espejo. Así también en su variación, la idea de vestirse frente al espejo. En otro sentido, la ropa también funciona en bulto como una estrategia de ocultamiento del cuerpo; tanto del cuerpo arrogante que quiere la inmortalidad, por ejemplo, en la continuidad de la vida o en la sobrevivencia, como del cuerpo herido, que desea una muerte justa o, como se repite más de una vez en el libro, una vida digna.
Respecto de la idea de la dignidad no fue sino releyendo hoy bulto, que me di cuenta de esta idea planteada de manera más o menos automática cuando escribí el libro, la idea de la dignidad perdida o concebida como falta, como desaparición.
En bulto hay un grupo social específico, que es el de los obreros portuarios, que ya no existe en la realidad del personaje, así como tampoco existen sus demandas por justicia, ni sus manifestaciones públicas y políticas, sus marchas. En bulto, el personaje, sin embargo, las ve, las añora cuando se enfrenta a las avenidas que son como grandes ríos de gente desorganizada. Este otro sentido de la ropa como recuperación o simulacro de la dignidad perdida, recién la vengo a entender hoy, cuando la protesta en Chile, por ejemplo, ha recuperado y resignificado esa palabra: dignidad. En este sentido creo que la desnudez en bulto no aparece, sino que lo que aparece es un cuerpo provisorio, cubierto por las imágenes de la ejemplaridad o la imagen de la dignidad ausente.

¿Cómo piensas que bulto se inscribe en tu trabajo o actividad previa como escritor?, ¿cómo concibes este trabajo amplio que algunxs llaman obra?

Bulto es el único relato que he publicado y también el único que he terminado o, por ponerlo en otras palabras, es el único relato que no he abandonado. Mayormente he publicado libros de poesía y también he escrito crítica, pero, quizás no vale la pena hablar de eso. Sin embargo, la novela siempre me ha rondado, es como un fantasma. Escribir una novela o, más bien, llegar a escribir una novela, que es como decir: encontrar el espacio y el tiempo o la experiencia de escribir una novela, una novela que pueda hacer pasar por mi vida.
Alguna vez intenté escribir una novela, pero siempre he terminado por abandonar esos proyectos de largo aliento, por decirlo así. Pero escribo, sin embargo, un diario, que publico en internet regularmente desde el año 2016, luego de publicar bulto. Ya no sé cuáles fueron las razones detrás de esa decisión, pero es algo que he continuado haciendo, y es una escritura que no tiene un horizonte inmediato, que no piensa ser un libro y es una escritura que no pienso…, cuya finalización sea ese objeto que denominamos libro.
En algún sentido, el diario aborrece la idea del libro, así como también aborrece le idea del escritor. Ese diario que se llama Diario abierto es como un reservorio más bien. Me gustaría pensarlo así, más bien como un reservorio o un pozo, del que puedo recoger cosas o formas, pero nunca un laboratorio de experimentación, por ejemplo. Sino que es un lugar, un reservorio en el que recojo cosas que luego se transforman en otros textos. Aunque a veces, también, ciertas ideas de libro o ciertas escrituras que pienso como libro se desarman y se transforman en notas o en otras formas breves que van a dar o a caer en el diario. Y allí se juntan con otros fragmentos, con otras notas, etc. El diario es la materialización un poco de ese tiempo del vacío del que hablaba antes. Ese tiempo donde no pasa nada y podemos mirar y escuchar.
La pregunta era cómo se vinculaba bulto con mi otra escritura y la respuesta quizás más sincera es que no lo sé; si no a partir de ciertas ideas del montaje, ciertas ideas de la cita, la nota, y de la transformación imaginativa de estas notas que, en la escritura del bulto, por ejemplo, tenía que ver con recoger o recopilar un conjunto de citas y tratar de imaginar los enlaces entre ellas y, en ese sentido, también, pensar en una escritura de la difuminación.
Publicado originalmente en Experimental Lunch. 27 de febrero de 2020


Primero que nada, muchas gracias por tu tiempo. El 2019 lanzaste a través de Traza Editora la segunda edición de tu libro Bulto, el cual fue lanzado por primera vez el 2016. ¿Cómo se gestó la idea de una segunda edición y qué te llevó a atreverte a realizarla?

Quizás haya que decir algunas cosas. Traza es antes que una editora una instancia colectiva de trabajo, reflexión y aprendizaje. Es un espacio que está desarrollándose, de manera lenta. Un espacio móvil, en el que participan muchas personas, abierto a quien desee participar, que tiene distintas dimensiones, la editora es una de ellas, pero todo partió con la experiencia de cinco talleres (de poesía, narrativa, de lectura y de crítica) que se llevaron a cabo durante 2019 en diferentes lugares de Santiago de Chile. Todos con la convicción de generar desde la creatividad instancias transversales de diálogo.
A este contexto, se sumó la invitación que recibí el año pasado para asistir al Festival de poesía Panza de Oro en Cochabamba. Esta era también una invitación para ver a lxs amigxs de por allá. Pensaba que debía llevarles algo y surgió la idea de reeditar Bulto.
Aparte de lo anecdótico, Bulto es un libro con el que todavía me identifico, en el que hay una escritura que aún no está resuelta para mí, respecto de la narrativa, del realismo, respecto del pensamiento alegórico, respecto de la forma de la alegoría y sus niveles de funcionamiento: el nivel de la historia, donde los hechos se suceden durante la mañana que vive el personaje, y el nivel analógico, en el que los hechos se desdoblan en semejanzas que tienen por función anticipar y espejear la historia, introducir una cierta articulación de signos precarios, de imágenes tenues para hacerlas vibrar, sin una identificación plena entre el nivel de los hechos y el nivel de las imágenes.
En el libro pasan muchas cosas que parecen inverosímiles para una mentalidad realista, sin embargo es un libro que parte del realismo, no se despega de un realismo más o menos tradicional, y lo inverosímil simplemente pasa; es decir, sucede en la historia y, a la vez, no es atendido por la historia. Estas condiciones de lo inverosímil pienso que, en contraste con la racionalidad de la narración (como forma narrativa de la vida por la que podemos decir: la novela/el día/la vida comienza con la salida del sol), hace vibrar el relato en algunos momentos. Es la referencia a escritorxs como María Luisa Bombal, Nicomedes Guzmán, Manuel Rojas, Mauricio Wacquez, Heinrich von Kleist, Martín Adán, Mary Shelley, Roland Barthes, Clarice Lispector. Referencias que no solo construyen un horizonte estético que puede ser más o menos complejo, sino que se materializan en el montaje de citas e ideas que ayudaron a la escritura del relato y que, en términos de la narrativa, son las ideas que aún me interesan, me conmueven, me comprometen con la vida.
Otra de las razones para su reedición es la problemática abierta del género que el libro aborda y que se experimenta en un mundo atravesado por políticas de control, vigilancia e identificación. Políticas que según entiendo son, en el nivel de la gestión de la vida, lo que los órganos sexualizados del cuerpo son en el nivel de la experiencia: motivos de placer, felicidad, comunidad, represión y violencia.
En un nivel personal, no quiero dejar de pensar los sentidos de la vida y el dolor propios en un régimen político de sobreexposición, pues tiene para mí la cualidad de una tarea, un trabajo.

Tu libro Bulto parte de una forma increíble. ¿Cómo nació y le diste forma a este inicio? ¿Qué sientes que ha ocurrido en nosotros con las muertes de ambos dictadores?

El fragmento inicial del libro fue el primer texto que escribí, el año 2013. Entendí cuando lo escribí que allí había un relato que yo podía contar. Luego lo abandoné por dos años. El libro se publicó en 2016, pero lo escribí en un par de meses, en 2015, en un proceso que fue intenso y desgastante, a pesar de que el libro es muy breve.
Sobre las razones de este abandono pienso que quizás todavía faltaba vivir, leer más, escribir otras cosas o, simplemente, no tenía ganas de hacerlo, de someterme a la intensidad del libro, de la novela como forma fantasmática. Una tercera razón puede ser la flojera, la comodidad. Suena un poco farsante todo esto, pero tuvo que pasar algo en mi vida para escribir el libro, y yo entiendo esa experiencia como una verdad.
Roland Barthes parte el curso sobre lo neutro que realizó en el Colegio de Francia a fines de los setenta con una excusa similar: “Entre el momento en que decidí el objeto de este curso y aquel en que tuve que prepararlo, se produjo en mi vida, algunos lo saben, un acontecimiento grave, un duelo”. La muerte de su madre supuso una pausa, una reconsideración del curso y, luego, una reconsideración de su escritura. La novela aparece como el fantasma, el deseo, el horizonte utópico que explora en los cursos de los años siguientes. A ese proyecto de novela lo llamó Vita nova. Por supuesto la novela no es real, es un signo, una imagen que posibilita la producción vital.
Yo no padecí un duelo en términos estrictos, pero sí un desprendimiento, un cambio de vida. A partir de ese hecho el relato se desenvolvió, encontró sus cauces y, de manera quizás más importante, encontró la especificidad de lo que tenía que decir: en relación conmigo mismo, en relación con la historia, la justicia, la violencia y la política de dos países –a pesar de que no lo parezca– muy similares, como Argentina y Chile, que comparten solidaridades y mezquindades.
En lo que no se parecen (y esto es el horror, es parte del horror que estamos viviendo hoy), es en su actuar jurídico, político y social respecto de la violencia estatal y, en general, las violaciones a los derechos humanos. Videla murió en la cárcel, el dictador chileno murió rodeado por su familia. Más allá de estos datos no puedo arriesgar una interpretación de la historia del Cono Sur. Pero sí me gustaría resaltar una imagen, la portada del diario Página 12 que el día de la muerte de Videla publicó una gráfica dolorosa y beligerante, en blanco y negro, en la que la VIDA quedaba sobre la superficie de la tierra y, abajo, en la fosa recién cavada: EL.
Pero aparte de esta necesidad de mostrar tal inconcordancia en la historia de ambos países, también necesitaba introducir la idea de que el tiempo histórico no pasa. El pasado participa de nuestra vida política actual. O como diría Silvia Rivera Cusicanqui, la superficie sintagmática del presente está conformada por tiempos mixtos. Esta idea que tiene efectos inmediatos en ciertas concepciones lineales de lo histórico, tiene también consecuencias en nuestras vidas y debería tener consecuencias en el plano de la justicia: las heridas no se cierran, los muertos viven, las epistemes que se desean enterradas, las estéticas que se pretenden superadas reverberan en el presente. El pasado siempre nos acompaña, los crímenes de lesa humanidad son imprescriptibles, el criminal es contemporáneo de su crimen.

¿Cuál es el vínculo o la relación entre las muertes de ambos dictadores y el personaje principal, un hombre sin pene?

La muerte de los dictadores es un espacio de contrariedad. Parece otorgar un nuevo impulso que permite la reanudación del movimiento del mundo y la historia truncados, pero esa muerte es contemporánea de la emasculación del protagonista.
Me interesaba esta contemporaneidad sobrecargada: un personaje sin pene que recibe la noticia de la muerte de su padre la misma mañana en la que termina de morirse en la cárcel el dictador argentino. Y me interesa por lo que te decía arriba, la historia abierta continúa, no se resuelve, encuentra nuevas formas de manifestación, otras heridas sociales que se materializan de manera física en los cuerpos que padecen la injusticia.
Me parecía importante en el relato trabajar el espacio de la representación, el espacio estético como un espacio de beligerancia, de contrariedad, en el que se suspende la resolución de los conflictos y, en términos amplios, la esquematización paradigmática de la realidad y sus cristalizaciones, para entender que toda visión del bien, toda idea del paraíso se levanta sobre regímenes que son opresivos tanto en términos materiales como en términos abstractos, que las condiciones de producción de enunciados no están dadas solamente por la capacidad humana de la fonación, sino que esas ocurrencias discursivas se inscriben en instituciones, que las instituciones necesitan dinero y que el mercado, las instituciones y el lenguaje crean divisiones (sexuales, políticas, sociales, de trabajo) que afectan directamente a las personas. Hablar, decir, escribir son actos de generación de sentido y, por tanto, actos sin ingenuidad porque cuando hablamos, cuando decimos, por ejemplo, que la nueva constitución se va a redactar en una hoja en blanco, la sociedad se mueve, la política institucional se reactiva, el gobierno consigue un respiro. A partir de ese día 15 de noviembre de 2019, no solo no se acabaron las protestas, sino que también se fue consolidando la represión de la mano de la retórica de la paz y el orden social.

Hay un conflicto en el personaje en donde es presionado por el entorno que lo enjuicia sobre lo que es ser masculino, internalizando en él la culpa. ¿Sientes que es este un conflicto propio de la mayoría de los hombres en nuestros días? ¿De qué forma deberíamos afrontarlo?

No es culpa. La experiencia del personaje en específico es la de la vergüenza. Y esta vergüenza puede ser plural. Uno se avergüenza de su pasado, de su origen; uno se avergüenza también de acciones y comportamientos, por haber arruinado la imagen propia, por haber dañado a alguien, por haber cometido un crimen. Es, en este sentido, un proceso reflexivo por el que la subjetividad se mira a sí misma.
Pero la vergüenza también es timidez, una cierta introspección antisocial, una especie de dificultad para enfrentar los afectos y la vía del desarrollo individual que se impone a veces como única vía. Puede ser la manifestación de experiencias traumáticas. Es como un peso que se carga en el cuerpo e impide el movimiento en los casos más agudos.
En otro sentido, uno se avergüenza de los demás, de sus acciones, de sus palabras, lo que conocemos como vergüenza ajena. En este mismo campo semántico, el otro puede llegar a ser, todo él, una vergüenza, un ser despreciable.
Además, se habla de “las vergüenzas”, como palabra pudorosa que se usa para referirse a los genitales.
Son estos sentidos múltiples los que me interesan. No creo en la retórica de la opresión unilateral, no creo en las explicaciones monocausales y mucho menos en frases como “la mayoría de los hombres” pues son generalizaciones que despolitizan, naturalizan la opresión y, así, ocultan la solidaridad que existe entre la tecnologización, la mercantilización de la vida y el lenguaje moral. Conceptualizaciones como esa conducen a pensar en la existencia de subjetividades estáticas, más o menos dóciles, más o menos moldeables o ejemplares, caminos a seguir, alguna luz al final del camino.
El personaje de Bulto carga un peso alegorizado en su vergüenza: es el peso de su origen, de su maldad, de sus crímenes, de su pasividad emocional y su desprecio por los otros. Aunque la de la culpa parece una lectura plausible, creo que le quita profundidad a una vida que si tiene algo de afirmativa es en su deseo de vivir, continuar viviendo, encontrar a quien amar y que ese amor sea recíproco, para asumir su vergüenza y poder sobrevivir en un régimen político de sobreexposición que promueve la imagen (aunque es más bien el ícono, las meras semejanzas formales) como modo privilegiado de participar en el mundo.
En este contexto, la de los hombres conflictuados es también una imagen. El personaje de Bulto, en cambio, no quiere ser visto o quiere pasar desapercibido y, a veces, una forma efectiva de pasar desapercibido es en medio de la opresión: como un oprimido, como un opresor.

¿Cómo te llega todo lo que ha ocurrido en nuestro país desde el 18 de octubre hasta la fecha?

El momento actual es complejo. Todavía no existe una manera consolidada de referirnos a estos últimos meses. En la prensa le llaman estallido, otrxs lo llaman movimiento social, protesta social, revuelta, lucha. Creo que esa indeterminación al momento de hablar de la realidad es por un lado productiva pues nos compromete con la reflexión colectiva y constante sobre nuestras vidas en este contexto particular. Las personas se reúnen en asambleas, entre vecinxs, en sus territorios, se organizan en grupos de apoyo mutuo, en brigadas de primeros auxilios. Existe una necesidad de autocuidado y cuidado de lxs otrxs, de lado de una necesidad de aprendizaje, en términos más concretos, de politización de la vida, de educación en el disenso frente a una política que pareciera no necesitar de la ciudadanía para funcionar, alejada de la vitalidad, del compromiso cotidiano.
Por otro lado, esta dificultad epistemológica da cuenta de que la retórica política –en el mejor de los casos– es ineficaz para representar nuestras vidas heterogéneas, que se manifiestan en acciones, signos e imágenes ininteligibles para la política, los medios de comunicación, ciertas teorías que nos permitían participar del mundo de manera más o menos cómoda. O más bien hablo de mí, que me permitían participar del mundo de manera más o menos cómoda.
En el espacio de la literatura, que es el espacio del que me hago parte mayormente pues mis amigxs, mis conocidxs son poetas, se vivió una especie de culpa por la que hablar de poesía, de lanzamientos de libros era un asunto que se percibía como superficialidad, trivialidad, apoliticidad. En el ámbito de Traza nos reunimos de manera más o menos frecuente para pensar estas cuestiones en una instancia grupal de estudio que no se ciñe exclusivamente a quienes participan del colectivo. Gracias a ese diálogo con personas muy valiosas comprendí que la literatura entendida como vida superflua es otra de las manifestaciones del régimen político actual. Esta atribución de superficialidad descansa en una división antigua, la división entre trabajo manual y trabajo intelectual que es del todo engañosa. Los libros son construcciones grupales, multidimensionales, frutos de experiencias de vida y de trabajo que comprometen el cuerpo entero y la sociedad. Otra cosa es que se tenga la sensación de que son instancias apolíticas, inermes, inefectivas. Eso es parte también de comprender este momento, sacudir esas ideas funcionales a las retóricas que separan realidad y representación. El lenguaje participa del mundo como ya hablamos más arriba, es solidario de la opresión, afecta los cuerpos, pero por lo mismo, por ese poder que tiene sobre nuestras vidas, es una posibilidad de sacudida, es una posibilidad de diálogo, de desjerarquización, puede alimentar la protesta, nos permite vivir juntxs.

No estoy seguro si lograste presentar tu libro formalmente, si no lo hiciste, ¿tienes fecha para esto? ¿Tienes pensadas nuevas presentaciones o lecturas?

El lanzamiento de Bulto estaba programado para el día 6 de noviembre pasado. Conversamos la situación en el colectivo y se tomó la decisión de suspender de manera indefinida el evento pues teníamos que dirigir nuestras energías a otro asuntos, tras una semana de toque de queda, con militares en las calles, la presencia constante de fuerzas especiales y una represión que se ha ido intensificando tras la evidencia de la escasa influencia política de los organismos de derechos humanos y el fracaso de las acusaciones constitucionales contra el presidente y el intendente de Santiago.
Como sabemos, la complacencia de la política de los consensos (que se crea a sí misma, se alimenta a sí misma, crea sus propias condiciones de existencia) ha conducido a un escenario discursivo en el que el universalismo de los derechos humanos se ha fracturado frente a la validación de la brutalidad policial. Conceptualizada la protesta como violencia pura, el discurso conservador del “orden social” (palabra pudorosa que se usa para referirse a la empresa privada) se ha impuesto como garantía de la represión que se ve en las calles, la flagrancia de la institución de Carabineros y del gobierno al que obedecen.
Pero por supuesto hay que participar de todas las instancias posibles, moverse en los intersticios del mercado y la política institucional, incorporar el duelo en los espacios en los que participamos. Seguramente surgirá pronto la oportunidad de una presentación del libro, pero aún, al menos yo, no lo tengo claro.