Publicado originalmente en La calle Passy 061. 18 de noviembre de 2006
Para comenzar puedo decir que de estos poemas pienso lo que podría sentir acerca de una taza de té tan intacta como fría que un día viera en medio del piso de la habitación del autor: no hay ningún descuido en la presencia de los objetos que rodean el enfriamiento y posterior abandono de estas ‘blancas páginas destinadas al olvido’.
La poesía está presente tanto en el acto de dejar el té (que es también el olvido-presente del alimento, dolorido kairós), como en el acto de escritura: “tiempo de tiempos lucífugos”, donde el autor dispone su tiempo y espacio.
Pero más allá de esta conciencia que estructura “20” como una narración poética, nos es presentado en sus versos un sujeto dueño de un pathos y un sentido estético bienaventurado; la poesía deja el verso en algún lugar olvidado de su habitación —el poema— para hacer patente los cuatro costados de una música y una belleza tan rabiosa como dolida. Es la prosa aquí la verdadera “noche celeste”, atravesada hasta el alba de la mano en su ad-versación.
Ahora, refiriéndonos a los poemas, una de sus características es la extenuación de la línea: “Y un caballo solo arrastrando delante el estupor del anciano por lo fementido que llevamos a cuestas en paseo eternamente perecible al desdén”, V. Hay una expresión que constantemente busca desbordar por peso y extensión. Precisamente a partir de esto los textos apuntan en complejidad y riqueza a un blanco mayor.
En el sonido de las palabras encontramos una de las manifiestaciones de la adversación: “Alejado del sonido creo cayendo crestas craterizadas de las crines crecidas” –IX-, donde el sentido musical presente en la mayor parte de los poemas es sin embargado por el autor en las aliteraciones bruscas y rabiosas, como indicio de un ‘pero’ mayor en el quid de la obra, pues también existe un proceder similar en cuanto a sentido, en la extensión de los tramos sin pausas: “No he entrado, sino que aquí siempre engañar tratando dormido al tiempo aunque agrietado ya cuadrado más celeste y brillante transite”. En esto también influye el manejo del hipérbaton y los cúmulos verbales (donde no es extraño que encontremos infinitivos seguidos de gerundios, participios u otros infinitivos como en “poder ahogo simular”, IX), formas donde se lee un impulso definidamente contrario a la fluidez de: “pues no habrá un solo rezo que no encuentre cabello alguno por allí convicto entre las sábanas”.
En cuanto a su temática, ‘20’ intenta aúnar la edad y la escritura, pues tenemos a un poeta que se dice niño, y está sólo: “potente de orfandad”, enfrentándose al niño que se dice poeta, negándose a ser el puer senex en su impulso de golpear la realidad del tiempo por medio de la poesía, “pudiendo escribir tres trémulos trágicos todavía”. Es la edad en que podría re-sumirse la vida, mucho más donde que cuando la vida asesta los primeros puñetazos que hacen escupir sangre, y tinta. Tesoros con que la belleza recompensa a quienes van en vías de aprender el ars amandi de la carencia, y desde ella.
La matemática del amor emerge como fórmula heredada de César Vallejo, “lo pensé perpetuo el tarareo del tres, y quise habiendo aunado bien hacer un uno restando hasta acabado en dos”, XIII, donde el cálculo lo hacen los huesos desde la búsqueda de la unidad y la inmortalidad. Para este poeta también el amor del uno hacia el dos exige necesariamente una resta del primero, así lo encontramos “maltratándome las líneas benditas del mañanero madero ven”, donde el uno ya es un medio. La peligrosidad de la carencia es también parte de la prodigalidad de la orfandad, la vía mística resonando desde San Juan de la Cruz, pero como noche ‘celeste’, día polar de dios, virgen, y pedro con minúscula, nombradía de una diferencia uniforme.
Concluiremos con una observación acerca de la figura del niño terrible. Será leído a partir de la negación de abandonar un juego que comienza a decaer para volverse angustia, y que es la encarnación de lo amargo de una derrota natural, en la imagen de la Poesía como la más inocente de las ocupaciones.
Este juego esta presente en el poema, como propuse al inicio de este escrito, en la actitud legible del abandono de una taza de te que se prepara con cuidado para ser abandonada no en cualquier lugar, sino en medio del piso de la habitación: es la escritura y luego la duda acerca de la finalidad de la búsqueda de una belleza ‘muda y sin brazos’. La entrega a la belleza, sería pues: “estar niño reseñado en catálogos mercantilistas”, pero también embarcarse hacia toda la dimensión del arte verbal, si se buscar salvar todos los obstáculos de la odisea del poeta en estos tiempos patrísticos del porqué escribir, viaje que sabemos con seguridad el autor ha iniciado.
Quizá después de los 20 años sea necesario dejar toda idea de libertad definitoria, y beber el te que preparamos bien caliente.
David Villagrán. 2004, 2006 (corrección).